Japón siempre ha cautivado la imaginación occidental por su extraña mezcla entre conservadurismo y vanguardia tecnológica. Un país que mira al futuro obsesionado por honrar sus raíces culturales.
La industria del juego vive la misma dualidad.
En el país del Sol Naciente el juego está prohibido. No obstante, hay ciertas actividades permitidas por razón de arraigo cultural que se parecen mucho al juego. Muchísimo. Excepciones a las normas.
Una de ellas son los “deportes públicos”, carreras de caballos, bicicletas, lanchas rápidas o motos que tienen lugar en circuitos cerrados y en los que se admite apostar por el resultado. Otra son diferentes loterías oficiales destinadas a recaudar dinero para fines caritativos o para fundar proyectos municipales. La última es el pachinko, uno de los pasatiempos nacionales.
Las máquinas de pachinko se alinean en recintos especiales del mismo modo que la sección de slots de un casino. Normal, pues el pachinko es un juego que se puede definir como un híbrido entre una máquina de pinball y una tragaperras.
La mecánica del juego es simple. Es un panel vertical en el que la gravedad juega un papel primordial. El jugador debe adquirir unas bolas de metal, semejantes a pequeñas canicas, que caen desde lo alto. El panel está repleto de pivotes y zonas de rebote, que aseguran una distribución aleatoria de las bolas.
En la máquina están distribuidos varios agujeros, con diferente valor. Si una de las bolas se cuela por uno de esos agujeros antes de llegar al fondo de la máquina, el pachinko paga un premio, que siempre consiste en la entrega de más bolas.
Su origen se sitúa en los años 20, donde fue concebido como un juego infantil. Está inspirado en un juego parecido a un billar en miniatura llamado bagatela, ideado en el siglo XIX. El jugador tenía que empujar una bola entre diferentes diseños de pivotes sin tocarlos con el objetivo final de colar las bolas en agujeros de diferente puntuación.
La marca Corinthian vendió su diseño particular de bagatela en grandes cantidades en el primer cuarto del siglo XX. El método de impulso ya no era un taco, silo un gatillo, como el del pinball. El objeto de los pivotes, ahora fijos a la tabla, era desviar la trayectoria de las bolas, y lo que determinaba la puntuación era el azar y no tanto la habilidad del jugador. Este diseño se considera también el origen del pinball.
La bagatela Corinthian fue importada por primera vez en Japón en 1924. Se extendió su uso como reclamo en las tiendas de dulces para niños, que las utilizaban para añadir un componente de juego y azar a la compra de caramelos. La moda arrasó en el país, y el juego de los caramelos adquirió un nombre propio, “Pachi-Pachi”, evocativo del ruido que hacían las bolas al correr por la máquina.
Esta fiebre por el “Pachi-Pachi” permitió una rápida evolución de copias y diseños locales. Se desarrollaron sistemas mecánicos para aumentar la carga y el disparo de las bolas y poco a poco fue ganando inclinación, hasta adquirir su forma vertical y su nombre definitivo de pachinko con el fin de la década.
En los años 30, el pachinko empezó a adquirir un carácter más adulto, por las facilidades que ofrecía para convertirse en un juego de apuestas, como habían descubierto los dueños de las tiendas de chuches.
A pesar de que el juego está prohibido en Japón merced a una ley de 1907, la prefectura de Aichi otorgó la primera licencia para un salón de pachinko, que abrió en Nagoya. Sus máquinas se diseñaron de modo que que entregaran una plaquita de metal cada vez que una bola entraba por un agujero, como método para llevar la cuenta.
Estas máquinas originales fueron desarrollándose, añadieron nuevos tipos de obstáculos para las bolas, se desarrollaron mecanismos para entregar múltiples bolas por premio y, finalmente, en los años 80, entraron en la era digital de la mano de los videojuegos.
Los dueños de los salones de pachinko canjeaban las bolas por dinero al terminar la visita de los jugadores. Era por todos conocido, pero se hacía la vista gorda. La presión social obligó a refinar el método. Ahora, las bolas ganadas se intercambian o bien por premios, o bien por tickets o pequeños tokens. Al salir del salón de pachinko, suele haber un pequeño quiosco en el que un ávido coleccionista compra esos tokens. El comprador suele tener siempre una estrecha relación con el dueño del salón de pachinko. ¡Casualidades de la vida!
El negocio que mueve en Japón este juego es enorme. A finales de siglo XX se estimaba que era equivalente a los ingresos por el juego de Las Vegas, Macau y Singapur, todas juntas.
La gran incógnita a la que se enfrenta el pachinko es en que grado y en qué forma le puede afectar la inminente apertura del país a la industria del juego.
Los Juegos Olímpicos de Tokio y la Expo de Osaka de 2025 ha impulsado la expedición de tres licencias de casino en Japón. Quizá acaben por retocar también la regulación del resto de juegos permitidos hasta ahora.